jueves, 9 de agosto de 2007

Sobre los cítricos

Sigamos experimentado en esto dél súbito adolescente, por el momento Munch callará por mí y yo dejaré que este azar se apodere de las interpretaciones que queramos inflingirnos.
En fin, lo que ahora les trasncribo son las escasas notas que sobreviven sobre estos personajes cítricos:

"Desbaratados sobre las poltronas, la brisa crepuscular ascendiendo por los sentidos, contemplando el ocaso de la luna, el mar clamando su despertar sombrío en esa zona del espíritu donde solo existe esta eternidad, la pipa en los labios y sobre un cojín la trenza derramada desde el omoplato hasta enredarse entre los dedos."

Eso es un fragmento odioso de una novela como siempre inconclusa, repleta de odiosos oleres decimonónicos, pero que da finalmente cuenta del precario título a este blog. En fin, saltémonos unas cuarentas páginas:

"Por entre la alborada que aviaba el arrabal, Astrolabio vio a los humanos cruzar contra su cara como volaces meteoros. Aún se olisqueaba el hedor a sexo atenazado en las uñas y era el mismo cielo verde sobre nosotros, sobre la ciudad y la cruz de la iglesia enquistada al centro del pabellón.

-Dios- Masculló volviendo a hurgar con la nariz entre las líneas de su mano y escupió. Astrolabio se detuvo y sacó un puñado de almendras de su bolsillo.
–Las mierdas, las putas y el amor, en fin, Dios. -De pronto aquel rumor que se presiente cuando los pasos rasgan la neblina, le corrió a ras de sus sienes y él cerró los ojos: Los muchachos de cítrico le avistaban desde las escaleras, pero Astrolabio jamás se percató pues al encuentro imaginario ya acudían otras cavilaciones, recuerdos, el cronista quizás. "

Saltamos otro trecho lleno de alucinaciones sumamente cítricas, cosas que yan o podría nombrar unos años despúes, y me remito a un ligera crónica de la Valdivia de esos tiempos.:

"En plena noche la neblina, una carretera y los muchachos de cítrico avanzando con sus botellas plásticas cargadas de bilis de uva..


Antes el maestro los había citado para masturbarse en sus anos a cambio de algunos venenos baratos, simbiosis como solía declamar dando su espalda a la roñosa pizarra. Un pacto de supervivencia, incluso un gesto de higíenica resignación y luego esa toalla hedionda para limpiarse aquella sensación de pus entre las nalgas.


En plena noche la neblina, una carretera, el de rostro enloquecido cargaba la guitarra, el que siempre callaba vislumbraba aún los neones, las alucinaciones del kerosene, la sonrisa de no presencia, el aro en el labio, ella, que con sus ropas negras arrastraba el barro y se tomaba a la cintura de su bestia ocasional.
Una zanja, algún pie trastabilla y chapotea en el fondo, risotadas y pasos que calan el pasto resinoso, el humo huyendo por las bocas, pasos que abrén una brecha y ascienden entre los coigues hacia el páramo, manos rasgando los musgos, aferrándose a las ramas, crujidos, este es el lugar, aquí nadie nos asecha. Abren el bidón, una mueca de asco tras el primer sorbo, alguien prepara la marihuana, sella con la lengua, primero el fuego rodando de mano en mano y luego la braza mientras se encienden cigarrillos y las caras se iluminan fugaces, jadeos, todos los bichos de la noche murmuran desde la tierra, tras la cortezas y la obscuridad, pájaros o quizás abdómenes rozados por la pata como si hirieran cuerdas, un acorde, casi el Fa de una canción añeja pero que para él poseía cierto nexo inconfesable; el juego de las máscaras, el íntimo desvelo de un aguijón imposible de hallar en la zona de la piel que ninguno osaría rozar.
Pero nadie se percataba pues los diálogos, en perpetua ostentación de las llagas, lo que entraña este evocar desde la agonía de un futuro devastado, ya sentenciaban al deseo y el abismo, aquel que se abría bajo nosotros en absoluto mimetismo con el ruido de los capullos al manar de su planeta migratorio. Es lo que nos induce al celo, al rechinar de los muslos.
Arriba, entre las copas, una claridad lunar tallaba sombras contra los cúmulos estelares, los muchachos de cítrico callaron a la vez, una mano acarició la mandíbula del rostro enloquecido, luego regresó rozando las murras y el zumo violeta manchó bajo las uñas .
Una ciudad casi del color del onix cuando la luz resbala por el lomo húmedo de alguna bestia de pradera. A mi lado la calle, máquinas rumiantes y cada pedestre con su ensoñación inconfesable. Cruzo una esquina, los edificios emergen ante mí, yo veo las azoteas, de pronto el cielo o una plazuela que se abre entre ambos techos, una finitud repentina me conmueve. Veo hacia ella: una tarima con tierra y una única campánula oscila. "

Sería eso, con ripio , y muchísmo...otro fragmento.

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