domingo, 19 de agosto de 2007

Carta robada (modus operandi I)


La siguiente carta que adhiero corresponde a un hecho sumamente cítrico que he podido rescatar por ahí de un personaje del que, sinceramente, no quiero hacerme cargo.

Formas posibles de suicidio escénico: carta de amor garrapateada para que se comprenda tácitamente que el suicida opera por venganza, que tiene las alas hechas mierda y que los ojos le sangran (auque realmente se aparece en lugares brutalmente públicos así, simplemente por el arrebol provocado por la hemorragia lacrimal de la mañana precedente y en adelante). En segundo plano el suicida esboza excusas metafísicas para zafarse de los paraguas negros, o abrirlos en el momento preciso en que la tormenta los destripe. Eso sería el funeral. No obstante aún existe la oportunidad, siempre bajo un estado de coherencia brutal, de que el acto ritual, esto es la re-actualización del mito de la muerte definitiva, se inocule directamente a la pesadilla del sujeto poeta: este comienza por quemar todas sus imágenes sagradas y atacarlas mediante arañazos, escupos y finalmente con su bilis. Después vienen los actos de purificación, como amputarse sucesivamente su larga cabellera de años, la que lo hacía precisamente ser hermoso aunque no pudiera mirar nada más allá e los cables que sujetas sus sentidos a las gónadas de su(s) asesina. Es una vía higíenica, sin duda; o sino puede practicarse el ensayo de jeroglifos no transferibles y menos aplicables a partituras musicales y que por lo tanto no prometen ardientes paciencias ni mucho menos, sólo un sueño en el que el Loco, hablando del arquetipo en franca mutación hacia El Colgado, se lanza desde un abismo para caer de pie y aullar de felicidad porque una ola lo derriba.

(Transcripción textual de un rayado abandonado por un cítrico en algún recodo inenarrable.)

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